domingo, 17 de mayo de 2009

1° moderatto


Ella recordaba que su padre, luego de una discusión, abría la puerta enojado, salía y arrancaba la camioneta. Siempre temía que se fuera, que no volviera, y que todo se desvaneciera. Pero cuando escuchaba unos segundos después el portón abrirse, se aliviaba al saber que la estaba metiendo en el garage, que volvería. Y dormirían bajo el mismo techo, esperando otro día.

Y una noche, luego de una habitual discusión, su padre se dedicó a la conocida rutina, pero ella no escuchó el ruido del portón.

Esperó, sentada en la mesa, sola, con la comida ya levantada, a la cerradura cerrarse, a la camioneta acelerando por la rampa. Y no las escuchó.

Esperó más de media hora, allí sentada. Se arriesgó a mirar por la ventana. La camioneta estaba ahí, y sostenía a su padre con el volante. Él lucía cansado y furioso, ella lo miraba con ternura. Miró un instante sus manos, y alzó la mirada de nuevo, como si un hilo sujetase su cabeza, para ver cómo se iba su padre.

Al cabo de una hora, acostada por mandato de su madre, pero despierta indirectamente por su padre, escuchó el motor de la camioneta, la cerradura del portón, y el silencio de nuevo. La puerta del fondo se abrió, y los pasos cada vez más cercanos, la aliviaban enormemente. Su padre, creyéndola dormida, besó su frente y la arropó. Los pasos que siguiern, no se detuvieron hasta la puerta del fondo, la camioneta nuevamente y el portón abierto. Pero ella se durmió: era muy pequeña aún, y eso la confortaba.

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